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Promesas de humo

 

Graciela Castro

 

El sonido del celular le indicó que había ingresado un mensaje en su casilla de correo. La costumbre en responder de modo rápido lo llevó a extender su mano derecha por arriba del teclado de su computadora. Usaba varias cuentas de mail. Cuando advirtió de cual procedía el mensaje recién llegado, depositó nuevamente al celular donde se hallaba antes y trató de continuar con su trabajo. Día tras días, desde hacía varios meses se decía que ya era momento de cerrar esa cuenta. Sin embargo, algo sucedía que finalmente aún no lo hubiese realizado. Hubo un tiempo que esa cuenta era la más activa de todas la que usaba. Si bien allí sólo recibía o enviaba mensajes con una única temática, fue durante 2018 y 2019 a la que recurría de modo frecuente. Los primeros meses del 2020 comenzaron a ralentizarse los mensajes. Primero fue el cambio de gobierno a nivel nacional con otro sentido político diametralmente opuesto al anterior; tras ello, llegó la pandemia y el tema que ocupaba esa cuenta de mail dejó de tener presencia mediática y también judicial. También su actividad laboral se había ido modificando: ya no era el periodista estrella que distintos programas de televisión convocaban. Tampoco su agenda estaba sobrecargada como en años anteriores por reuniones con jueces, fiscales y políticos.

Sonrió recordando la clásica frase de Andy Warhol “En el futuro, todo el mundo será famoso durante quince minutos”. Era consiente que su vida profesional no se inició con esos “quince minutos”. Antes de aquella situación él ya había escrito un par de libros, obtenido premios y era la figura destacada de uno de los diarios más importantes del país. Sin embargo, bastó que su nombre se vinculara con una causa política para que aumentara su popularidad y su rostro se volviera conocido. Luego de dos años de aquel momento se preguntaba si toda esa difusión había valido la pena.

Se apoyó en la silla ergonómica que usaba cuando escribía en su escritorio; con la mano izquierda levantó la taza con el té de hebras que estaba junto al teclado. Aspiró lentamente y el aroma a rosa mosqueta, lemongrass, hibiscus, cáscara de naranja, papaya, caléndula y manzana fue un maravilloso estímulo invitando a su cerebro para apurar el sorbo. Se sacó los anteojos y se restregó los ojos. Necesitaba demostrar a los otros y a sí mismo que era un profesional capaz de investigar y escribir sobre otros temas que superaran al de aquella causa que se volvió viral. De allí que, en las últimas semanas se había propuesto retomar la novela dejada inconclusa hace dos años en el momento en que recibió el llamado que alteraría su habitual ritmo de vida.

Regresa a los primeros meses del 2018. Recuerda que en ese momento estaba en su escritorio en el diario y sonó el celular. Era su amigo el fiscal. La conversación fue muy breve. A las 18 hs. una persona lo aguardaba en un bar por un tema muy importante y agregó:

-No necesito decirte que seas muy cuidadoso.

Miró su reloj pulsera y si bien no era la primera vez que tenía que acudir a una cita por temas periodísticos, la llamada del fiscal lo intrigó. Los estrechos vínculos que tenía con el poder político de ese momento lo llevaron a imaginar que algo grosso rondaba en esa llamada.

Se fijó en el maps de su celular el lugar de la cita. Calculó los tiempos. Cuando le pareció apropiado, apagó la computadora de su escritorio, guardó los anteojos, colocó el celular en el bolsillo, retiró el abrigo del perchero y con las llaves del auto en la mano se dirigió hacia la puerta. Antes de estacionar dio varias vueltas. Era una costumbre de su oficio tener precaución. Dejó el auto en un estacionamiento y caminó una cuadra hasta el bar. Eran las 18 hs cuando abrió la puerta y rápidamente recorrió con su mirada el lugar. Era amplio y varias personas detenían allí su tiempo. De una mesa alguien levantó su mano llamándolo. Encaminó hacia ella sus pasos, sin pensar en algo en particular, pero mirando cautelosamente hacia los costados. Al llegar a la mesa, su contacto se paró y tendiéndole la mano le dijo:

  • Soy José

Entreabrió su boca para decir su nombre, pero el hombre, sin darle tiempo agregó:

– Sé quién es Ud. El fiscal me confirmó que vendría- mientras con la mano izquierda le indicaba su silla.

El resto de la historia continuó de modo frenético. Rápidamente fue tapa de diarios y la noticia de agenda de todos los medios televisivos, no sólo en el horario de prime time, pues todos los comunicadores querían mostrar un dato diferente del caso. De la mañana a la noche era imposible eludir alguna noticia vinculada con el tema.

Con José sólo volvieron a encontrarse una vez más. El informante lo invitó a su casa, en un barrio alejado del centro. En un edificio lúgubre y sin demasiados cuidados, el periodista subió las escaleras que lo condujeron al departamento de José en el cuarto piso. Allí, mientras el hombre preparaba un café instantáneo recorrió el cuarto con la mirada. Era casi el mediodía y unos rayos de sol se colaban por una ventana que daba a la calle, de donde llegaba el bullicio citadino. Sobre la mesa dos ceniceros colmados de colillas de cigarrillos eran la prueba evidente del olor que inundaba todo el cuarto. Fue en ese lugar que José le entregó la caja conteniendo los, que luego serían, el soporte de la famosa causa. Ese día fue el último que se vieron. Lo que continuó fue una vorágine para su agenda: con su amigo el fiscal fue a ver al juez que llevaría la causa y no se detuvo en averiguar los motivos por los cuales el tema había quedado en ese juzgado. Su actividad era el periodismo y los temas judiciales los dejaba a su amigo. Al mismo tiempo que se anunció el tema por los medios, su nombre y su rostro se visibilizaron rápidamente. Acaso esos eran los minutos que enunciaba Wharhol y no los iba a desaprovechar.

Si bien no era la primera vez que en el país se anunciaba una causa de corrupción, en esta ocasión los implicados tenían relevancia política y desde determinados sectores se reclamaba amplia difusión y tratamiento privilegiado a la noticia.

Con Alicia, su mujer, se agudizaron los desencuentros y a los pocos meses de iniciada la difusión de la causa, el periodista se mudó a un departamento más pequeño, aunque sentía la soledad de no ver a sus hijos asiduamente.

A medida que el trámite judicial y mediático de la causa avanzaba, también aumentaba la presencia mediática del periodista. Aunque en el diario ya era una figura destacada, fue por esa causa que aumentó considerablemente su consideración por parte de los dueños del medio, produciendo que los reporteros jóvenes, que buscaban autonomía en sus voces, sintieran la diferencia en la consideración de los gerentes del diario, mientras otros buscaban afanosamente lograr un minuto de atención del periodista. Sin embargo, la nueva vida de fama, se alteró un día a la salida de un programa de televisión. Un hombre joven lo llamó por su nombre a la salida del canal. Su rostro le resultó totalmente desconocido y aunque intentó continuar su camino, el joven se puso a su lado y en voz baja le dijo ser amigo de José y del fiscal y le señaló que contaba con información sobre la causa que podría interesarle. Por entonces, al periodista le habían llegado propuestas de tres editoriales interesadas en el libro que él escribiría sobre la famosa causa. El anuncio del joven le resultó interesante y juntos caminaron hasta un bar próximo para continuar la conversación.

Quizá por vicios de la profesión, el periodista observó cuidadosamente al joven quien con actitud de timidez evitaba mirarlo de frente. Pidieron una café mientras se mantenían en silencio. El bullicio en el bar hacía que el periodista tuviese que acercarse para escuchar la voz del joven. Mientras éste doblaba nerviosamente la pequeña servilleta que había retirado del servilletero que se hallaba en el medio de la mesa, fue relatando su historia. Atendía un kiosco de diarios y revistas por donde pasaba a diario el fiscal, con quien en cierta ocasión había intercambiado unas pocas palabras, irrelevantes tal vez, pero fueron esos momentos y esos intercambios, los que condujeron que un día, el joven, se vio subiendo las escaleras rumbo a la oficina del fiscal. Nunca había estado en el lugar por lo cual todo le resultaba extraño. En más de una ocasión el fiscal lo halló escribiendo en su cuaderno de notas. Por ese motivo le había comentado que aprovechaba los momentos que no pasaban clientes por el kiosco para escribir cuentos. El periodista escuchaba con atención, como era habitual cuando se dedicaba a alguna investigación, mientras trataba de imaginar el vínculo entre el fiscal y lo que relataba el joven. Mientras se extendía en la narración detallando meticulosamente cuanto elemento le había sorprendido en esa visita al fiscal, el periodista, ya sintiendo que su tolerancia iba acabando, le preguntó directamente por el motivo de la reunión con el fiscal y qué esperaba de él con esta conversación.

Por su actividad pocas historias podían resultarle novedosa, pero a medida que escuchaba al joven y tras unos minutos de incredulidad, comenzó a atender con mayor atención el relato. El fiscal recordaba su interés por la escritura y ahora quería proponerle un trabajo vinculado con ese tema. Necesitaba darle forma a un tema muy importante y la actividad del joven era imprescindible. Lo que ofrecía pagarle superaba ampliamente su paga de varios meses en el kiosco. No había riesgos en la tarea pues sólo tenía que dedicarse a escribir, desde el lugar que eligiera. En ese momento comenzaron a asomarse en la narración del joven ciertos aspectos que le resultaban conocidos al periodista.

  • ¿Ud. es el chofer? – le preguntó
  • No, sólo escribí la historia- respondió

Allí explicó que se reunió con el chofer en tres ocasiones, junto al fiscal, en una oficina que, le comentaron era de un abogado amigo, pero como lo buscaban por el kiosco, nunca registró la dirección. Esos encuentros sólo tenían la función que el joven conociera datos necesarios para escribir la historia que, más tarde, se visibilizaría a través de los medios.

  • Esos son los papeles que le entregaron a Ud.- expresó el joven mirándolo por primera vez a los ojos.

El periodista buscó mentalmente una posible respuesta ante esa afirmación. Sentimientos contrariados parecían envolverlo, pero sabía que debía contenerse y continuar escuchando. El joven sintió alivio mientras relataba su historia.

  • El fiscal siempre fue muy amable. Me pagó lo acordado y dijo que le entregarían a Ud. los papeles para que el tema pudiera ser llevado a la justicia.

El periodista trataba de unir los fragmentos de la historia desde el momento que su amigo el fiscal lo había llamado por el encuentro con José. Luego, la visita al departamento de éste cuando le entregó la caja conteniendo los papeles, mientras le explicaba que el chofer se los había dejado a su cuidado porque temía que la hallaran en su casa y tuviera problemas. A eso continuó la visita al juez, la veloz difusión del tema en los medios, el relato del chofer explicando que había quemado los originales, las detenciones de los implicados en la causa y las razones por las cuales algunos quedaban detenidos y otros regresaban a sus hogares. Mientras, la agenda del periodista se cubría con entrevistas en los medios acrecentando su visibilidad pública. Aunque en menor medida, también el fiscal era convocado en los programas de televisión para comentar sobre la causa judicial transformada en la de mayor difusión. Ahora necesitaba comprender el motivo por el cual el joven le contaba la historia a él.

  • El fiscal me dijo que Ud. podía ayudarme para publicar una novela, porque conoce a quien recurrir.

Para el periodista no resultaba extraño ese mensaje pues en más de una ocasión personas que se auto percibían escritores, le habían acercado sus trabajos imaginando que él les abriría la puerta para acceder a la publicación de los mismos. La mayor parte de esos casos no lograban su sueño, pero como un intento de finalizar ese encuentro, le dijo que leería la novela y después verían si se lograba algo.

Una semana después, al ingresar al diario, en la guardia le entregaron un paquete. Al abrirlo halló los manuscritos de la novela del joven. En algún momento los leería. Ahora la urgencia y velocidad que llevaba la causa por supuesta corrupción le ocupaba la mayor parte de su vida. En ese mismo tiempo y quizá condicionado por todo lo que estaba ocurriendo, la relación con Alicia se transformó en algo muy complejo y fue cuando debió mudarse a otro departamento. Tras la primera sensación de enojo que le produjo cuando el joven le comentó el origen de la causa -pues sentía que había sido engañado- recordó que para él bastaron conversaciones con el fiscal quien, apelando al tiempo de conocimiento mutuo, amistades compartidas y el reconocimiento público a su figura, que se acrecentaba a medida que se difundían más historias de los papeles, supuestamente escritos por el chofer, su humor se fue modificando. Un par de editoriales grandes- españolas y norteamericanas- le habían acercado importantes ofertas que le garantizaban interesantes regalías por derecho de autor. Estas posibles actividades le auguraban un futuro atractivo y con ingresos económicos que no podía despreciar.

Cada tanto el joven le dejaba mensajes en el conmutador del diario y su respuesta era la misma: se estaba ocupando del tema, decía, pero las editoriales recibían muchos manuscritos, entonces la respuesta se demoraba.

A nivel público la causa continuaba ocupando grandes espacios en todos los medios de comunicación. En 2019 algunas situaciones comenzaron a modificarse y ello se reflejó en la continuidad de la causa. Era el año de elecciones nacionales y el oficialismo de entonces sufrió un duro revés en las PASO que posteriormente se confirmaron en la elección. Durante el mismo año, el fiscal fue señalado como responsable en otras causas de corrupción. El periodista continuaba abocado a la novela que surgiría de la causa de los papeles del chofer, como se conocía en los medios. En 2020, ya con un nuevo gobierno a nivel nacional diametralmente opuesto al que había concluido en diciembre de 2019, ciertas causas judiciales se ralentizaron. En febrero de 2020 los medios anunciaron la muerte del juez que llevaba la causa. En marzo del mismo año, el mundo se hizo añicos y sus fragmentos afectaron a toda la humanidad. En las primeras semanas, el periodista miraba su pasaporte que guardaba en un cajón de su escritorio, mientras imaginaba que en los próximos días podría volar a Barcelona y seguir allí su trabajo con la novela.

Con el paso de los días, la pandemia no mejoró. Su actividad como periodista la pudo continuar desde su departamento y tal vez, por no ir al diario, no volvió a tener noticias del joven del kiosco. También la comunicación con el fiscal se fue disminuyendo. Casi agradecía esa falta esa comunicación pues la situación con la causa y en particular, con el fiscal, había cambiado totalmente. Había resuelto que tenía que preservar su vida y sus proyectos.

Una mañana mientras trabajaba desde su casa entró un mensaje a su celular de un número desconocido. Atendió pensando que el llamado tendría vinculación con su actividad. Sin embargo, aunque al comienzo no reconoció la voz, cuando el interlocutor anunció su nombre, de modo inmediato la recordó. El joven del kiosco volvía a asomarse en su vida. Fue inútil su intento en conocer el modo en que había conseguido la data de su celular.

  • No sólo el fiscal tiene sus medios para conseguir datos. Yo también tengo mis informantes- agregó el joven, antes de volver con sus reclamos por la promesa de editar su novela.

La pandemia le resultaba una excusa apropiada al periodista para explicar la demora. Esa respuesta la reiteraba en otras ocasiones que el joven volvía a llamarlo. Nunca leyó los manuscritos y tampoco ahora pensaba hacerlo. Sin embargo, le preocupaba la reiteración de esos llamados.

A los seis meses de iniciada la pandemia en el país y sin que en los cuatro meses anteriores el joven hubiera vuelto a llamarlo, le llegó el mensaje que no respondió. Sentía que ya no podría continuar con esa historia, en particular, porque él no la había originado. Ahora sólo le preocupaba y mucho pues, en el último contacto, el joven había amenazado que, si no lograba una respuesta favorable a la posibilidad de editar su novela, contaría en todos los medios la verdadera historia de esos papeles que originaron la famosa causa.  Si esa noticia se difundía, su prestigio y sus proyectos quedarían destruidos.

Intentó en varias ocasiones hablar con el fiscal. Al comienzo le respondió que se calmara pues todo se solucionaría. Pasaron los días y volvió a insistir, pero ya el fiscal había dado la baja al número y no podía ubicarlo. Intentó llamar a su fiscalía y la secretaria le respondió que el fiscal estaba muy ocupado y no podía atenderlo.

La pandemia había trastocado su vida. Barcelona era una utopía y en el país la amenaza del joven en difundir la verdad de la historia de los papeles tornaba angustiante su existencia. Todos los días buscaba en los portales de diarios y otros alternativos por si anunciaban la información que le había señalado el joven. El fiscal ya no respondía a sus mensajes y cada día sentía más cerca el peligro.

En varias ocasiones volvió a recibir llamados del joven y no respondió. Tras el último llamado, apelando a su credencial de periodista, salió del departamento. Caminó unas cuadras y al pasar por una librería observó el anuncio de la presentación de una novela. Por curiosidad se detuvo y vio el nombre del joven del kiosco. De modo inmediato ingresó al local y compró un ejemplar. El vendedor lo invitó a la presentación que sería en formato virtual mientras hablaba del autor como el hallazgo literario de los últimos tiempos. Salió presurosamente, mientras guardaba la tarjeta de débito. A pocos metros se sentó en una pequeña mesa de un bar en la vereda. Sacó de la bolsa el libro, donde el librero lo había colocado y leyó la contratapa buscando de modo ansioso conocer el argumento de la novela mientras trataba de pensar en alternativas que lo excluyeran de la responsabilidad de la historia de los papeles. En algún lado tendría que hallar la vinculación con esa historia. En la contratapa no se señalaba ningún nexo. Recorrió rápidamente las páginas sin hallar nada. Regresó a su departamento con la firme decisión de leer toda la novela.

Al llegar a la última página, ingresó un mensaje de wasap a su celular. En ese mensaje el joven del kiosco le comentaba que luego de varios intentos en comunicarse con él y como en la editorial lo apremiaban con los tiempos para la presentación, debió desistir de invitarlo a que él presentara su novela. De allí que un famoso escritor había aceptado la invitación pues la novela lo había atrapado, por la temática y por la cuidada y atractiva redacción.

El periodista se extiende en el sillón, respira profundamente y bebe un sorbo de su té de hebras favorito.

 

 

por Graciela Castro

Vivo en Villa Mercedes (S.L) Argentina. Me formé en ciencias sociales y soy docente e investigadora en la universidad pública. Amo las palabras, la música, el arte, la naturaleza y los animales. Apuesto por una sociedad con justicia y dignidad para todxs.

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