Tú tienes una carita deliciosa cantaba allá por los sesenta Palito desde el winco que dale que dale; nena bajá esa música, decía tu madre y, me levanto muy temprano y trabajo todo el día para que no les falta nada, ¿no tengo derecho a descansar?, gritaba tu padre tratando de superar las voces de los Beatles y su estoy muy abatido. Pero hoy, ese espejo maldito gozó mostrándote las arrugas que circundan tus ojos y esas cremas de mierda en las que gastaste parte de tu sueldo porque, ay querida…ya tendrías que empezar a cuidarte, no, no digo que seas vieja pero ya pasaste los treinta y vos sabés que a nosotras las mujeres, aunque ninguna lo deseemos, nos llegan pronto las arrugas y tenemos que prevenirlas, ¿viste? Perfumada y excesivamente maquillada – como todas las vendedoras de cosméticos- la de los productos Vida Libre, productos que no se venden en las perfumerías y yo a ésto lo hago para tener unos pesitos para mis gastos, son productos buenísimos, probá esta crema con colágeno. Tal vez la bruja perfumada tuviera razón, no te cuidaste a tiempo, pero no son tantos para que las arrugas aparezcan y claro, ya sabés que no sos una adolescente, aunque tampoco una vieja y finalmente te compraste las cremas, pues, vas a ver que vale la pena, yo las uso, decía la bruja, y mirá mi cutis, como el de un bebé. Vos pensaste que si no fuera por esos kilos de maquillaje las arrugas de la bruja perfumada asomarían sin ningún pudor, pero te enganchó y todas las noches, aunque estuvieras muy cansada no debías olvidarte de las benditas cremas. Pensar que a los quince años le sacabas las pinturas a tu madre porque, no puedo ir a la fiesta de Susana con la cara lavada; después vino el de la Tere, luego el de Cristina y en agosto el tuyo. Pero, ¡qué mala pata cumplirlo ese mes…! con el frío que hacía como para lucir un vestido más lindo. Te vamos a hacer decir una misa porque toda chica de buena familia tiene que tener en sus quince: misa, tarjeta, vestido y fiesta. Un vestido amarillo, de mangas largas por supuesto para la misa y a la noche, dale que va el pobre winco mientras las tías en la cocina murmuraban: cómo pasa el tiempo…si parece que nació ayer y era tan gordita, pero mirala ahora…Ellas no sabían que te matabas de hambre y tu madre hace tiempo te había regalado una faja para que el cuerpo se te vaya moldeando y no te sobre como a la negrita esa, la hija del carnicero. ¿Te fijaste como la mira Juan Carlitos?, pero no, si son compañeros desde el jardín, comentaban las tías. A vos sólo te interesaba lograr una mirada de Jorge, ese desgarbado pelilargo a quien ahora se le había dado por correr en moto. Pero el imbécil sólo tenía ojos para Susana quien un día le juraba amor eterno y en la primera ocasión que podía se volvía una gatita mimosa en cuanto olfateaba hormonas masculinas. Vos soñabas que Jorge se enteraba de aquella situación y corría a buscarte para que lo consolaras. Ello nunca logró ser más que un sueño que muchas noches se quedó en tu habitación donde la sonrisa de Alain Delon era dueña absoluta de las paredes. Creíste olvidarlo cuando en el baile de recepción, quizá ayudada por la sidra, Juan Carlitos tuvo que resignarse a verte reír y bailar con su primo. Ese verano tu madre repetía a quien quisiera escucharla y a quien no quisiera también que el chico estudia medicina, mientras ya te imaginaba casada con el futuro galeno que bailaba como los dioses las canciones de Johnny Halliday y, como su futura actividad sería la salud del cuerpo, no podía desaprovechar algunas prácticas con el tuyo. Pero el verano se fue y con él el aprendiz de galeno. Algunas cartas, cada vez más espaciadas te recordaban besos y caricias, mientras Jorge ganaba el campeonato zonal de motos y aunque Susana estaba en Buenos Aires vos entendiste que para él sólo serías una amiga. Nena, terminá de maestra porque uno nunca sabe qué puede pasar y al menos así ya tenés una carrera terminada, decía tu madre, aunque a vos no te gustara el magisterio. Conseguir trabajo nunca fue fácil y estudiá máquina mientras tanto nena y Alain Delon tuvo que compartir las paredes de tu habitación con Robert Redford. El trabajo en la oficina de remates ganaderos te pareció una buena oportunidad para ganar plata y a pesar que para vos hasta ese momento sólo existían: vacas, toros y terneros, pronto tuviste que incorporar otros términos que discriminaban mejor la actividad ganadera. Por las noches en tu habitación la voz de Manzanero te recordaba que…esta tarde vi llover vi gente correr y no estabas tú…y vos no te habías recibido de maestra para pasarte la vida en esa oficina, allí no podías lucir los hotpans, ¡nena no pensarás ponerte eso! y cómo se alegró tu madre el día que te vio con el tapado maxi y quizá por eso, para poder comprarte pilchas continuaste un tiempo más en la ganadera. Mientras tanto Juan Carlitos trabajaba y estudiaba en Córdoba, pero volvía para las fiestas de fin de año y nunca se olvidaba de saludarte, aunque vos ni bola que le dabas. En todos esos años las arrugas fueron adueñándose del rostro de tu madre. Susana y Jorge continuaron las interrupciones de su noviazgo, pero ya no te dolía cuando ella aparecía y los volvías a ver juntos. Otros filitos, como decía tu madre, llenaban tus horas de vez en cuando, pero ella no se enteró de las propuestas que te hacía uno de los socios de la ganadera; el petiso estaba convencido que era el ser más inteligente del universo y que ninguna mujer dejaría de sucumbir ante sus encantos. Pero a vos no te sedujo la idea de terminar en alguno de los hoteles alojamiento que estaban en las afuera de la ciudad, además el petiso no valía la pena. Después se jubiló tu padre en el banco y al poco tiempo ingresaste vos. Ese empleo es más seguro, decían todos, mirá a tu padre, toda su vida la pasó allí y ahora tiene el premio. Neurótico y pelado pensaste vos y rogaste que la vida no te premiara como a él. Después llegó la plata dulce y con la Beba se fueron a Uruguayana; tratá de comprar lo que más puedas nena y cuidate, los hombres cuando ven a mujeres solas…pero tu madre se quedaba a cientos de kilómetros y el morocho no te sacaba los ojos de encima en el hotel. Aprovechá, no seas estúpida que allá no vamos a ver tanta virilidad, murmuraba la Beba y vos no era una mojigata y contribuiste a acrecentar las relaciones argentino-brasileñas. Volviste con algunos elementos tecnológicos y uno que otro porrito escondido astutamente entre tu equipaje. Ahora ese maldito espejo te muestra el fracaso de esas cremas, pero no es para desanimarse; pensás en la Tina Turner con sus casi cincuenta años volviendo locos a todos y vos en el banco aún tenés tu arrastre. El tesorero más de una vez se acercó a tu escritorio porque como sos maestra y terminaste máquina te designaron en plazo fijo y él, que es un formal jefe de familia, clavó sus ojos en tu escote, aunque más le hubiera gustado que fueran sus manos quienes auscultaran esos rincones. Nena, y en el banco ¿no hay nadie que te guste?, preguntaba la tía, porque mirá que ya estás crecidita y si dejás pasar después te será más difícil encontrar algo; en ese instante con algún pretexto vos partías pues no querías imaginarte como tu prima, casada con libreta como corresponde, con seis chicos porque Dios así lo manda y los sábados con ruleros pues a la noche salía toda la familia incluido el pekinés y a ganar un lugar en la calle principal y pasar las horas en el auto hasta que los chicos se dormían y había que volver. Aquello no era para vos, Gilda Ingrid. Gracias al metejón que se agarró tu padre con la Haywort te ganaste el primer nombre, pero tu madre jamás se olvidaría de las escenas de Casablanca y la Bergman aportó tu segundo nombre. Tu madre siempre dice que Humphrey Bogart era un recio muy tierno y vos con aspiraciones más latinoamericanas te morías de envidia cuando Miguel Ángel Solá atracaba a la Duffou en aquella película que fuiste a ver con la Beba. Pero no sos la erótica Gilda que enloqueció en los años cuarenta y te sabés de memoria la escena aquella en que la Haywort se saca el guante porque tu padre jamás abandonó esa fijación; pero vos sos ésta, que se refleja en el espejo, fumás conway y laburás en el banco. Hace unos días lo viste a Juan Carlitos, se recibió de ingeniero y aunque está gordo te dieron ganas de saludarlo y quien te dice que por ahí vuelve…pero la engrupida de la mujer apenas le permitió saludarte. Jorge, un día para otro se casó con la Tere, a Susana la ves cuando viene a visitar a los parientes, no se casó, aunque amagó varias veces y labura en una financiera en Buenos Aires. Y vos, Gilda Ingrid, tenés unas ganas de llamarte Porota o Julia o cualquier nombre menos ridículo que el que te pusieron, mandar a la mierda el laburo en el banco y hacerle burlas a ese espejo insoportable mientras el sonido del winco que duerme en la piecita del fondo te trae aquel…fue ayer cuando de repente comprendí, pero a Lennon lo mataron y vos te vas acercando a los cuarenta. Ya no hay tiempo para la nostalgia, Gilda Ingrid; además si hablás de aquella época te dirán que sos una vieja y a las arruguitas podés disimularlas todavía. Tendrás que hacerle caso a la bruja perfumada pues tu cuerpo aún está vivo y en cualquier momento aparece Humphrey Bogart y se sienta en tu escritorio mientras con un cigarrillo entre los labios solicita hacer un plazo fijo con tasa libre para tus sentimientos y vos dejás a un lado la Ingrid y te dejás invadir por el fuego de aquella Gilda que para algo te regaló su nombre.
Graciela Castro