trasluz

Abuela apúrese que ya empieza, déjese de discutir, después no va a entender lo que pasa y empezará con ese: ¿por qué dice eso m’hija? y ¿qué le había pasado antes? y dele con preguntas ya le voy a contar, déjeme escuchar que, si no, no entiendo nada. Espere y escuche, por eso venga ahora que ya a empezar.

Déjese de discutir con su hija si ya sabe que a esta hora es imposible que se levante; ya le he dicho un montón de veces que ella tiene el horario cambiado; cuando nosotras dormimos ella está despierta y cuando nosotras nos despertamos ella se acuesta. Sienta que ya pusieron la música y empieza, venga abuela.

Todos los días discutiendo y siempre aparezco yo en la historia; mirá el ejemplo que le das a la chica, y ella, no la metás en ésto que no tiene nada que ver, y la abuela retruca una y otra vez; y ahora aparece por la cocina justito cuando el locutor termina el resumen del capítulo anterior y, ¿ya empezó m’hija?, ahora abuela.

Ese policía me anda persiguiendo por eso no me puedo quedar, pero le aseguro que voy a volver, y se siente que ella llora suavecito y segundos después el ruido del caballo que sale al galope y, ¿por qué lo persiguen tanto? le pregunto a la abuela que está zurciendo la manga del pullover que me rompió el Capitán, y ¿por qué va a ser que lo busca la policía?, porque roba; sí roba a los ricos para darle a los pobres abuela; es lo mismo; no es lo mismo porque él los ayuda a los pobres; yo le digo que es lo mismo y cuando sea grande lo va a entender; entiendo ahora si no soy tonta; bueno, cállese y deje escuchar, después dice que soy yo la que no la deja oír y anda preguntando.

Yo pienso que justo esa noche en que hay tanto viento, él tiene que irse y de repente un trueno asusta al caballo y él debe controlar bien las riendas. Ya debe faltar poco para que cruce el río, dice la abuela, mientras me da la aguja para que se la enhebre; ¿y eso? pregunto al tiempo que meto la puntita del hilo en mi boca, porque el río corta las tormentas, agrega la abuela que recibe la aguja ya enhebrada y juntando las dos puntas del hilo les hace un nudito y sigue la costura. Por lo menos ésto podría hacer ella, pero claro, la señora tiene que dormir. No se enoje abuela y cómo no me voy a enojar, vos no entendés porque sos muy chica pero cuando crezcas ya vamos a ver…

Después cuando ella se levanta siguen con la discusión y ¿ya te vas a ir? pregunta la abuela, tengo que trabajar responde ella; trabajo le llamás a eso agrega con ironía la abuela y ella entonces se enoja y dice que es su trabajo y que gracias a eso se puede mantener la casa y ¿la pensión de tu padre? pregunta la abuela y ella se ríe, pues dice que eso no alcanza para nada y bien que se alegró cuando traje la radio, pero es que la otra no servía y está bien si yo te la regalé con gusto, dice ella; pero antes era distinto, sigue la abuela, al menos la chica no veía a la hora que te acostabas, pero ahora…

En parte tenía razón la abuela porque hasta el año anterior ella solamente venía a casa cada quince días, domingo y lunes y el resto del tiempo estaba en Santa Rafael. Allí trabajaba en un lugar que ella llamaba “El castillo” y yo imaginaba que era como el que describían en “El león de Francia” que trasmitían por la radio a la una de la tarde.

Un día ella dijo que no volvía más a “El castillo” y a la semana vino una señora petisa y regordeta en un auto limpito y moderno y le decía a ella que volviera, que pronto no la iban a molestar más porque no era la primera vez y ya había hablado con el asesor de no sé quién para que no molestaran a las chicas de la tía Mary. Que no quiero volver, no insista, y ¿ qué vas a hacer acá? y trabajar decía ella.

Entonces la tía Mary se reía porque el único lugar donde podía trabajar era en “El Castillo” pues no basta con saber el oficio decía, sino que había que tener un lugar adecuado y para eso se necesitaba mucha plata.

Váyase que no la necesito y la tía Mary entonces le gritaba que si no le había robado era verdad lo que decían que la apañaba el doctor y ella se enojaba y muérdala Capitán y éste se paraba bien firme en sus cuatro patas y el pelo del lomo se le levantaba mientras mostraba los dientes.

Nunca más volvió la tía Mary, pero se acentuaron las discusiones con la abuela, y ¿si la chica se entera? pero si queda a 20 km de aquí, pero la gente va a hablar, me importa un carajo decía ella y se iba.

Escuche abuela que ahora dicen dónde va a actuar y ¿ cuándo será acá para que vayamos? y yo me imaginaba su figura alta y delgada que subía rápido al caballo y galopaba para ir a darles a los puesteros algunas cosas que, según la abuela, había robado en la estancia de los ingleses, pues para qué querían ellos esas cosas si jamás habían pisado el campo y les sobraba de todo y él hacía bien en llevarles a los puesteros lo que necesitaban.

Al fin llegó el día de la actuación. En el Club social y deportivo Pringles a las 21 horas estaría toda la compañía para saludar al pueblo. También el primer actor Rolando Beltrán firmaría autógrafos junto a la primera actriz María del Mar.

Como ese día ella no trabajaba también iría con nosotras y la abuela no sé si estaba contenta porque les iba a pedir una foto a los actores o porque mi madre también vendría con nosotras.

Nos sentamos en la segunda fila, que allí es muy caro decía la abuela, saque más atrás si lo mismo vamos a ver, pero ella insistió ya que era la primera vez que yo iba a ver una actuación y ella me escuchaba que todos los días yo casi gritaba: vamos abuela que ya empieza y a la tarde mientras tomaba mate antes de irse yo le contaba con todos los detalles cómo iba la novela. No podía ser que no viera bien entonces sacó las entradas en la segunda fila, pues la primera era para las fuerzas vivas y autoridades del pueblo.

El salón se oscureció y se escuchó a todo volumen la clásica musiquita que identificaba el inicio del radioteatro. Yo le apreté la mano a ella y le dije, ahora empieza, pero cuando él apareció no era el joven alto y delgado, sino gordo, algo rubio sí, pero ese no era mi Juan Bautista Bairoletto y no dije nada porque la abuela estaba tan contenta que cuando terminó la obra se acercó a Beltrán y le pidió una foto.

En los días siguientes ya no le avisaba a la abuela cuando empezaba y ¿por qué no me avisa m’hija que ya está? pero para mí ya no tenía interés.

Mi madre un día llegó a casa con un televisor y me dijo que ya no necesitaría imaginarme las cosas. Así empecé a ver: La nena; el show de Patty Duke; el Cisco Kid; a veces veíamos algún programa juntas, pero eso sí, cuando ella se iba a trabajar yo aprovechaba para ver Un largo y ardiente verano, que la daban como a las 10 de la noche. Mientras la abuela dormía en un sillón.

Graciela Castro

por Graciela Castro

Vivo en Villa Mercedes (S.L) Argentina. Me formé en ciencias sociales y soy docente e investigadora en la universidad pública. Amo las palabras, la música, el arte, la naturaleza y los animales. Apuesto por una sociedad con justicia y dignidad para todxs.

2 comentario en “EL RADIOTEATRO”
  1. Me encantó el cuento Graciela. Que lindo relato… devenido del recuerdo? O pura imaginación? Ya me contará. Lo que más me gustó es la foto, imagino que también es suya, como en el cuento, el arte en mí, a veces entra mejor por los ojos que por la imaginación. Le mando un fuerte abrazo! Espero que continúe relatando cosas lindas.

    1. Hola Ivan,
      recien ingreso a este mensaje.
      Muchas gracias por tus comentarios tan generosos. No es mi historia, aunque como dice Lucia Berlin, los textos surgen de imagenes, emociones pero se tienen que transformar en verdad para lxs lectores, no se trata de mera reproduccion jaja.
      Ando por la vida con una tremenda capacidad de asombro y… atenta a todo jaja.
      Si, la foto tambien es mia. Del blog solo la musica no me pertenece… los demas, me hago responsable.
      un abrazo!!

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